lunes, 27 de octubre de 2014

“LOS TALAS DEL ENTRERRIANO”

SU HISTORIA
Oscar, dueño del lugar, se vino a Buenos Aires en 1970, a los 25 años, desde un pueblo llamado Lucas González, en el departamento de Nogoyá (Entre Ríos). Para pagarse el viaje subastó todos sus bienes, que no eran mucho más que unas bombachas de campo y un par de facones. Cuando llegó no podía encontrar trabajo porque sólo tenía hasta tercer grado, aunque finalmente lo tomaron en una fábrica textil (mintió diciendo que había hecho quinto grado).

El terreno, en el que hoy se sitúa la parrilla, era la quinta de unos portugueses, adonde Oscar iba por las tardes y araba tres manzanas enteras con un sólo caballo.

En 1985 empezó a vender choripanes sobre la vera del camino y su fama comenzó a crecer. Siempre con el facón en la cintura, la boina y la vestimenta de campo, puso unas mesas abajo de los árboles, llamados “talas”, y siguió creciendo. Así nació el nombre.

En 1992 compró medio lote y se hizo famoso porque empaló 68 lechones en un día, que fueron tragados sin piedad por la gente de la zona. En 1993 cerró el salón y la rueda ya no se detuvo.

 
 
 
Hoy, esta parrilla es una empresa
con todas las letras. En el fondo, un pilón monumental de leña da cuenta
 de lo que se cocina diariamente en los asadores. Esos 10 mil kilos de leña, que llegan cada semana desde
San Jaime de la Frontera, en el noreste de Entre Ríos, alcanzarían para alimentar todos los fueguitos de
todas las parrillas del país, por varios días, y varias noches

Los chanchos vienen de un criadero de Cañuelas, los cortes vacunos son seleccionados especialmente por el
 dueño y los chorizos, especialidad del lugar junto al matambre y el lechón, son caseros.








 
 

La dirección y la localidad suenan a algo lejano, pero llegar a Los Talas del Entrerriano es muy sencillo: se toma la Panamericana y, a la altura de Márquez, en vez de girar a la derecha, en donde está el Hipódromo y las parrillas de alta gama del boulevard Dardo Rocha, se va hacia la izquierda, que -se sabe- vendría a ser la orilla de los marginales del sistema (la Panamericana tiene esas cosas). A las 10 o 15 cuadras de ir por Márquez aparece sobre el camino, de mano derecha, Los Talas del Entrerriano, un gigantesco galpón repleto de mesas y asadores, una meca carnívora en el medio de la oscuridad. Si se acude un sábado a la noche, es posible que haya más de una hora de espera. Los fines de semana el lugar explota durante el almuerzo y la cena. De lunes a viernes, la cosa es un poco más tranquila, aunque sólo abre al mediodía.
La banda del obrero concurrió un viernes por la noche, algunas pocas personas paradas en la barra (En la barra se pueden comer sándwiches de matambre, vació, bondiola y milanesa y  ya el aroma que desprende, nos invita a fantasear con una noche carnívora de fantasía). De a poco nos acomodamos en la mesa preparada, a un extremo, cerca de una pared frontal, y mientras esperábamos que lleguen todos, fuimos hojeando la carta y picando algunas cositas. Ya el chimichurri, junto con el pan, presente en todas las mesas, justifica llegar un rato antes a la cita, la mezcla y el picante perfecto, solo regar una de las tablas que el lugar entrega como plato, y luego mojar el pan crocante para entrar en una nueva dimensión.
El encanto de este sitio, desconocido para muchos, es que contradice todo lo que el barbudo Karl Marx ha escrito sobre la lucha de clases, ya que obreros y burgueses se mezclan en las mesas y devoran alegremente chorizos, lechones y prodigios vacunos que se sirven en el lugar. Hermanados por la carne, las clases sociales se disipan sin rencores en la noche de José León Suárez.
La banda empezó el raid gastronómico, con una clásica entrada: chorizos, de tipo casero, mucho más grande que los tradicionales, servidos en su punto justo, tierno y muy sabroso.  Morcilla, correcta, sin grandes pretensiones, y una porción de  rueda (la cola del intestino grueso), que vino servida en bandeja aparte, crocante y con el equilibrio justo. Si pensamos que la palabra achura, proviene del idioma araucano “Achuraj”: lo que no sirve o se tira – podemos considerar que estamos ante una de las mejores evoluciones gastronómicas de todos los tiempos, ya que hace rato, y por suerte, estos manjares ya no se descartan, forman parte y complementan los mejores asados de todas las casas, restaurants, clubes y parrillas.
Para acompañar la entrada, o los platos principales, se pueden pedir ensaladas con ingredientes clásicos: Lechuga, tomate, cebolla, radicheta, rucula, zanahoria, huevo, papa, chaucha, etc, o las clásicas papas fritas, que pueden pedirse solas, o a la provenzal (con una lluvia de ajo y perejil). Nosotros pedimos estas últimas, la porción un poco chica, pero correctas, secas y doradas, cumplen su función, pero no están acordes con la calidad de la carne que se sirve en el lugar.
Luego vinieron los platos principales, Martin, nuestro mozo estrella y anti- milanesa de soja, nos recomendó que arrancáramos con una porción de matambre y vacío. Cabe aclarar, a favor y en contra del lugar, que en la carta no está presente la típica parrillada, la modalidad del lugar no la permite, solo se pueden escoger porciones o medias porciones del corte elegido, que puede ser: Bife de chorizo, asado, matambre, chivito, bondiola, cordero, pollo, conejo, lechón, hasta una opción de salmón rosado a la parrilla, lo que sí, las porciones son gigantes, nosotros fuimos 8  y cada porción alcanzó para todos y sobraba, todo se sirve en su punto justo. Con el equilibrio de sal justa, con presentaciones discretas, pero muy efectivas.
 Pero vamos a detenernos en dos puntos altísimos a destacar, el primero es que la espera es prácticamente nula, esta todo tan aceitado, y cada persona esta tan consciente de lo que debe hacer, que las porciones salen con una velocidad inusitada, solo 5 minutos después de hacer los pedidos, la comida llega a la mesa, humeante y urgente de apetito 100% carnívoro. El otro punto es el matambre: un manjar, una verdadera delicia: viene arrollado sobre sí mismo, relleno apenas con un suave aceite de provenzal, se deshace al cortarlo, con un punto de cocción y terneza ideal, este paladín vacuno deja la huella en el paladar, pudimos investigar que lo hacen a la parrilla, lo colocan arrollado sobre sí, cubierto con un papel de aluminio, el secreto está en el tiempo de cocción, aquí no hay apuro, no existe la urgencia en la cocción de este terciopelo de carne que es una de las perlitas del lugar.
Junto con el matambre nos trajeron una porción de vacío, muy abundante, muy rico, hecho al asador, el cuero se desprendía solito, solito, y las hebras de carne se desarmaban en los platos, realmente la calidad de la carne es de exportación, apto para exigentes. Un punto flojo del lugar es la carta de vinos, muy básica y acotada: Bodegas Bianchi, El Esteco, Trapiche, Lopez, no mucho más, poca dedicación para los vinos, por ahí resalta algún Alamos de Catena Zapata, pero en general los precios de los vinos están muy por encima de la media, para la calidad ofrecida, optamos por tomar el vino de la casa ( de ¾ $50), bravo, raspador, bien para gauchos, no apto para paladares palermitanos, un deuda pendiente y un tema a mejorar en cuanto a vinos se refiere.
Después del matambre y del vacío, hicimos una pausa, que entre otras cosas nos ayudo para observar el lugar, que a esa altura sí ya estaba completo, pudimos ver las mesas ordenadas, la atención de los mozos rápida y expeditiva, volaban platos, papas fritas, provoletas y ensaladas, y todos parecían satisfechos, cada tanto conversábamos con nuestro mozo, que en todo momento se brindó para las sugerencias y hasta se interesó por la función de nuestra empresa, realmente los Talas, ofrece una armonía muy interesante entre un lugar áspero, rústico, sin grandes pretensiones, y una calidad de carne superlativa. Terminada la pausa, volvimos al ataque: esta vez la elección fue una porción de asado, provoleta y unas ensaladas de rucula y parmesano, el asado es una maravilla, los huesos se desprendían de la carne como el alma se desprende del difunto, la carne tierna, con la grasa y el punto de sal exacto, también hecho al asador, también servido sin demora, un imán gastronómico de 8 costillas, muy sabroso.
Por último, quedan los postres, pedimos 5 en total: Una tarantela, un flan casero, un flan casero mixto, unas frutillas con crema y una copa “Los talas”, los postres podemos decir que fueron correctos, no son la especialidad del lugar, pero tampoco desentonan, la copa los Talas es más vistosa que sabrosa, solo frutas y helado que engañanan un poco, culpa de una presentación ampulosa. Los precios? Muy razonables para la calidad de comida que ofrecen, aunque vale la pena una aclaración: Los Talas del Entrerriano es un lugar ideal para ir en grupos de más de 4, para poder intercambiar platos y poder probar más variedades.
En síntesis, Los Talas del Entrerriano es una parrilla apta para carnívoros y amantes de la buena comida, para abstención de lujosos y glamorosos, ideal para aquellos que quieren pagar lo justo por lo que les dan a cambio.
LBO!
LES DEJAMOS MAS FOTOS ...
 












 

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